El viaje en el tiempo sigue y nos lleva al 6 de diciembre de 1534, fecha en la cual los españoles que vinieron a estas tierras fundaron San Francisco de Quito, con solo 204 colonos. Sobre el terreno que fue de los quitus e incas apareció una ciudad que únicamente ocupaba el espacio que ahora es conocido como el Centro Histórico. Los años pasaron, las construcciones se hicieron monumentales, sobre todo por la presencia de misiones católicas en la región. En el siglo XVI surgieron las grandes iglesias, como la de San Francisco, Santo Domingo, La Catedral y San Agustín. La vida de la gente giraba alrededor de estos centros de culto y, por eso, la religiosidad era un hecho incuestionable. Es en el Centro Histórico donde todavía podemos encontrar estas evidencias, sobre todo en “la Calle de las Siete Cruces” (cuyo nombre actual es calle García Moreno), en la que se pueden encontrar, en pocas cuadras de diferencia, siete iglesias de siete congregaciones distintas.
Quito, entonces, se volvió importante para los deseos independentistas de la región. Con figuras previas como Eugenio Espejo (un indígena que cambió su nombre para estudiar y ejercer como periodista y doctor y que fuera el motor de los reclamos por la independencia del territorio de España), muchos quiteños sintieron la necesidad de que surgiera un nuevo modelo de vida y se pudo, el 10 de agosto de 1809, dar el Primer Grito de Independencia en América. No fue fácil: muchos de los participantes fueron luego asesinados por los españoles. Pero, en todo caso, la semilla se plantó. Casi 20 años después, ya con el apoyo estratégico de Simón Bolívar (creando La Gran Colombia, de la que luego el país se retiraría) nació Ecuador, donde Quito fue tomada como la capital de la nueva nación.
Desde entonces, en Quito ha pasado mucha de la historia importante del Ecuador (historia que incluye muerte de presidentes, golpes de Estado y defensa de la legitimidad política). El 18 de septiembre de 1978, la UNESCO declaró a Quito como Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad, como un intento de preservar su lado colonial, en el Centro Histórico. Este es el más imponente de toda Sudamérica (en realidad, no hay otro centro en la región con las características y magnitudes del de Quito). En la década de los 80, la ciudad creció y empezó a desarrollar una conciencia turística que, hoy en día, en el siglo XXI, aparece como la certeza de que una visita a Quito no es solo sinónimo de una historia poderosa, sino del trato amable y conciencia de que quien visita la ciudad se lleva de vuelta algo de ella.
Quito Prehispánico
La historia de Quito se remonta a la tribu de los quitus, que habitó en el territorio antes de la llegada de los incas y los conquistadores españoles, y que dio origen al nombre de la ciudad. El Reino de Quito y el Imperio Inca dejaron huella en el desarrollo precolombino ecuatoriano, tal como lo reflejan muchos de los héroes indígenas que combatieron a los conquistadores, como Atahualpa, cabeza del Imperio, quien murió en manos de sus captores españoles en 1533, o Rumiñahui, quien se enfrentó con valentía a los invasores extranjeros, a pesar de que no pudo contener su avance.
Quito Colonial
Con apenas 204 colonos, el 6 de diciembre de 1534 los españoles fundaron San Francisco de Quito sobre el actual Centro Histórico. Con los años y la presencia de misiones católicas, las construcciones se volvieron monumentales. Así, en el siglo XVI surgieron iglesias como la de San Francisco, Santo Domingo, La Catedral y San Agustín. La vida de la gente giraba en torno a estos centros de culto y la Calle de las Sietes Cruces (actualmente, calle García Moreno) es un vivo reflejo de esto, pues a pocas cuadras de distancia reúne siete iglesias de siete congregaciones distintas.
Independencia de Quito
La revolución del 10 de Agosto de 1809, conocida en nuestro país como el ‘Primer Grito de Independencia’ -aunque esta haya sido precedida por los gritos libertarios en Sucre (Bolivia), el 25 de mayo del 1809, y La Paz (Bolivia), el 16 de julio de ese mismo año- fue un movimiento autonomista el cual proclamaba el retorno del rey Fernando VII, quien había sido derrocado debido a la invasión de los franceses a España.
Según varios historiadores ecuatorianos, esta lealtad al rey depuesto solo era una cortina de humo, por parte de los quiteños, para tomar el mando de la Real Audiencia de Quito. Sin embargo, luego de derrocar al conde Ruiz de Castilla (representante de la corona española en Quito) e instalar la Junta Soberana de Gobierno, bajo el liderazgo de Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, los sublevados negociaron con las autoridades españolas para devolver el mando al conde Ruiz de Castilla, quien prometió no tomar represalias por lo sucedido.
No obstante, instalado nuevamente en el poder, y a pesar de haber garantizado no tomar represalias, Ruiz de Castilla traicionó su palabra y desató una persecución en contra de quienes habían participado en la revolución del 10 de Agosto de 1809, capturando a un gran número de ellos y encerrándolos en los calabozos del Cuartel Real de Lima, en Quito. Al mismo tiempo hizo promulgar la advertencia de que se aplicaría la pena de muerte a todo aquel que, conociendo el paradero de algún insurgente, no lo denunciara.
A partir de entonces y durante casi un año, los soldados realistas del coronel Manuel Arredondo -que a petición de Ruiz de Castilla había llegado desde Lima para sofocar la revolución- impusieron orden, en algunos casos violentamente. Los quiteños, cansados de sus abusos, formaron nuevos comités para la defensa de los vecinos y prepararon un plan para liberar a los prisioneros.
Matanza del 2 de agosto de 1810
Aquel día, poco antes de las dos de la tarde, seis hombres armados con cuchillos sometieron a la guardia de la prisión o Cuartel Real y penetraron en el establecimiento, sembrando el desconcierto entre los soldados dispersos en los corredores y el patio de la planta baja y se dirigieron a liberar a los prisioneros.
En un comienzo, los soldados de la guardia no ofrecieron resistencia, sin embargo, luego reaccionaron y dispararon contra los asaltantes. La lucha se extendió hacia los calabozos donde estaban los revolucionarios y tomaron represalias contra ellos. Es entonces cuando los soldados mataron a Francisco Javier Ascázubi, Nicolás Aguilera, Juan Pablo Arenas, el teniente coronel Juan Salinas, el teniente coronel Antonio Peña, el capitán José Vinueza, el joven teniente Juan Larrea, entre otros.
Los soldados que custodiaban la prisión siguieron combatiendo en los aledaños del recinto, desde donde extendieron la represión a la ciudad de Quito. Al caer la tarde, las víctimas mortales sobrepasaban las 300 entre los dos bandos.
Con el asesinato de los patriotas quiteños llegó a su fin la revolución del 10 de Agosto de 1809, que tuvo el mérito de dar una luz hacia el camino de la independencia, rechazando los sistemas implantados, buscando uno método propio de autogestión y gobierno.
Quito se volvió clave para los deseos independentistas de la región. Con figuras de gran influencia, como Eugenio Espejo (un indígena que cambió su nombre para estudiar y ejercer como periodista y doctor, y que fue el motor de los reclamos por la independencia), muchos quiteños sintieron la necesidad de un nuevo modelo de vida y el 10 de agosto de 1809 surgió el Primer Grito de Independencia en América. No fue fácil: muchos de los participantes fueron asesinados por los españoles y casi 20 años después, con el apoyo estratégico de Simón Bolívar, se creó La Gran Colombia, de la que luego el país se retiraría, para ver nacer a Ecuador, con Quito como capital.
Centro Histórico
La región colonial mejor conservada de las Américas, el centro histórico de Quito ofrece impresionante arquitectura construida desde el siglo XVI. Posee plazas de material volcánico, gran edificios republicanos, monasterios, conventos, iglesias que adornan la estética barroca y gótica y es el hogar de museos llenos de la representación de su historia. La arquitectura encarna la historia del centro, Quito, mientras que la conservación de las costumbres modernas alberga la vida cotidiana de sus habitantes.
La rica arquitectura está presente dentro de las iglesias y plazas del centro histórico. Quito es el hogar de algunas de las más bellas iglesias, decoradas con impresionantes detalles barrocos y góticos. Entre las más populares, la iglesia y plaza de la Merced es un ejemplo perfecto de la estética barroca y gótica que abarca la ciudad, que se adorna con las obras maestras de Bernardo de Legarda y Miguel de Santiago.
Otras iglesias que encarnan las obras de Bernardo de Legarda y Miguel de Santiago, y están llenas del patrimonio histórico del centro Quito, son la Iglesia de La Compañía de Jesús y la Iglesia y Plaza de San Agustín.
La celebración de la historia de Quito nace entre las hermosas vistas de sus plazas. Reconocida como la entrada del Centro Histórico de Quito, la Plaza de San Blas expone la tradición histórica de Quito, junto con la arquitectura moderna, con sus joyas remodeladas y jardín vertical. Muchos identifican la Plaza Grande como el cubo del centro histórico. Hogar de muchos lugares de interés como: La Catedral, el Palacio Municipal, el Palacio Presidencial y la Plaza Grande, la cual sirve como un lugar lleno en historia para la gente de Quito y para los visitantes interesados en ver lo que envuelve la rica cultura de Quito.
La Iglesia de la Compañía de Jesús
Es el templo cumbre del barroco latinoamericano. Sobrecoge la belleza y el esplendor del templo en su ambiente único de pan de oro que los pilares, bóvedas y cúpulas; su fachada barroca es una obra de arte en piedra andina. El retablo mayor, dorado por Bernardo de Legarda, contiene las esculturas de las cuatro comunidades religiosas que evangelizaron a Quito.
Su fachada es una obra de arte hecha en piedra volcánica. En sus interiores encontrarás altares, púlpitos, retablos, pilares, bóvedas y cúpulas recubiertas de pan de oro (técnica de la Escuela Quiteña que recubría las estructuras con láminas de oro).
Este templo jesuita también ha sido conocido como “Templo de Salomón de América del Sur”, la “Ascua de oro” o “El mejor templo jesuítico del mundo”. Gracias a su ornamentada y dorada decoración es considerada “la Joya del Barroco de América y del mundo”. La característica más especial de la iglesia de la Compañía son sus figuras barrocas (geométricas, flores, frutos, guirnaldas) en madera de cedro, tallada y bañada con pan de oro de 23 quilates. El color de este templo es el dorado y es esa misma característica la que impresiona a turistas y locales.
Entre sus altares observarás imágenes de fundadores y reconocidas figuras de comunidades religiosas como San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, San Agustín, Luis Gonzaga, Mariana de Jesús e Ignacio de Loyola. Entre sus varias obras destacadas están la del altar mayor, que representa a la Virgen, José y la Santísima Trinidad.
Una de las obras que resaltan y que son más vistas es el cuadro de El Infierno (atribuido a Hernando de la Cruz). Una representación de lo que sería la casa de Lucifer, quien castiga los pecados capitales. Se cuenta que aún a inicios del siglo XX, muchas madres de familia llevaban a sus hijos a ver la pintura para que sepan a dónde irían a parar si no obedecían y si no cumplían con los mandamientos católicos.
En 1996 se produjo un incendio en la iglesia de la Compañía que consumió una parte de los altares de la derecha. El templo se cerró por unos años hasta que los trabajos de restauración terminaron. Si te paras bajo la cúpula principal podrás ver que existe un círculo formado por rostros de ángeles, uno de ellos de tez negra, que recuerda la humareda que pintó a este ángel en ese lamentable incidente.
En la iglesia de la Compañía no se puede tomar fotos, es prohibido por el daño que puede causar el flash al pan de oro y demás imágenes. Sin embargo, te recomendamos guardar en tu memoria las bellas y doradas imágenes de este lugar que se perpetúan en postales y libros de fotos que están de venta en la iglesia.
El Panecillo
Subir al Panecillo y admirar la extensión de Quito desde las alturas es una experiencia que debes vivir en tu paso por la ciudad de la Mitad del Mundo. El Panecillo es una loma que divide a la ciudad entre norte y sur y en cuya cima está la representación de la única virgen alada, también conocida como la Virgen de Quito. Es una estructura gigante compuesta de 7 mil piezas de aluminio, réplica de la escultura del artista quiteño Bernardo de Legarda.
Te recomendamos acceder a la cima de la loma de El Panecillo en taxi o en el bus turístico. Desde ahí podrás admirar el trazo de esta ciudad milenaria que no ha alterado su morfología original en más de cuatro siglos. Este fue uno de los motivos por los que la UNESCO lo declaró como Primer Patrimonio Cultural de la Humanidad. El monumento de la Virgen te permitirá admirar en detalle elementos como la serpiente, el mundo, la corona y las alas de esta imagen religiosa. ¡Ver los detalles de la Virgen demuestra que visitar Quito es una experiencia única!
Desde aquí tienes una vista privilegiada de toda la ciudad. Existe un mirador pequeño al costado sur, desde el que podrás observar varios de los picos y volcanes de nuestra cordillera desde El Panecillo. Se puede disfrutar de Quito y toda su gloria desde estas alturas.
Otro atractivo que hace visitar Quito, está ubicado en ese mismo mirador. Es un monolito de piedra que según las investigaciones, es un punto de energía que apunta directamente al centro del planeta. ¡Trata de tocarlo para conectarte con la madre tierra y renovar tus energías!
Existe un museo dentro de la estructura de la Virgen que vale la pena visitar, para enterarte de cómo trajeron desde Francia sus piezas y la estructura de la imagen y cómo fueron armadas. Desde la belleza de los detalles de la Virgen hasta el monolito de piedra, es evidente que es un beneficio cultural visitar El Panecillo. Quito pronto se convertirá en una de tus ciudades favoritas.
Mitad del Mundo
En el siglo XVIII, una misión geodésica francesa trabajó durante ocho años para definir dónde cruza la línea ecuatorial y, en 1836, se construyó un monumento en el lugar señalado. Actualmente, este es una de las principales atracciones turísticas de Quito, hay pocos lugares en el mundo donde puedes tomarte una foto con un pie en cada hemisferio.
Para honrar los esfuerzos históricos de una misión geodésica, el monumento ecuatorial Ciudad Mitad del Mundo fue construido en la Parroquia de San Antonio y está localizada en el Museo Etnográfico en Quito. A 13 kilómetros norte del centro de Quito, los visitantes pueden disfrutar las vistas sobre el monumento en la mitad del mundo, que se encuentra en la parte superior del monumento a 30 metros de altura. Hecho de hierro, hormigón y decorado con pierda andesita hermosa, el monumento es una visita obligada para los turistas del centro del mundo; Quito.
Cerca del monumento histórico, se encuentra mucha cultura, verdadera prueba que como el centro del mundo, Quito, no hay otro. El Museo de Sitio Intiñan da a los turistas una visión de las maravillas realizadas sólo en el centro del mundo. Solo en el museo pueden ver demostraciones dirigidas por nuestras guías expertas, cómo equilibrar un huevo sobre un clavo y como el efecto Coriolis afecta a la forma en que el agua fluye. El museo también ofrece una visión histórica de nuestros antepasados, una mirada más profunda a la historia de Quito y también ofrece una ubicación para los festivales que se toman acabo durante los días de Equinoccios y Solsticios.
Oferta Gastronómica:
La cocina quiteña es una amalgama de sabores y aromas exquisitos que se origina en épocas prehispánicas, se sincretiza en el período colonial, madura en la etapa republicana e incorpora técnicas culinarias contemporáneas.
Los sabores de Quito viven un nuevo tiempo en el que los chefs, cocineros, investigadores, la empresa privada y las instituciones públicas han puesto su mirada y esfuerzos en rescatar su historia y autenticidad para proponer una nueva oferta turística que deslumbre al mundo.
Platos típicos:
El Pernil
Sobre su origen, se conoce que Cristóbal Colón trajo los cerdos, en su segundo viaje y desde la Isla Española, se expandieron por toda América.
En Quito existen muchas recetas para preparar la pierna de cerdo, todas incluyen limón, achiote, orégano, sal y ajo. Se recomienda asolear la pierna y luego cocinarla en horno caliente durante varias horas. El resultado debe ser unas brillantes láminas de pernil insertas en pan y acompañadas con tomate y cebolla curtida.
El locro de papas
Este plato, que en quichua se llama rucru, fue común entre los incas y pueblos que cultivaban papas. No se puede decir que es una sopa y tampoco se define como un caldo con papas, es un guiso algo espeso, que no llega a ser mazamorra.
El corregidor de Quito, Salazar de Villasante, en su informe al rey en 1564, describe al locro tal como lo comían los nativos de la hoya de Guayllabamba: un cocimiento de agua, papas, ají y hierbas de la tierra. Los españoles adicionaron refrito de cebollas, ajo, queso o leche. Para obtener un buen locro se debe conseguir papa locrera, de masa amarilla y cremosa.
El Hornado
El hornado quiteño no es caldoso como el de Tulcán. El secreto para que la piel se dore y reviente en burbujas es echar agua fría casi al final. La carne debe mostrarse blanda y jugosa. El agrio, con pedacitos de ají, panela y chicha, completa este plato, que lleva mote pelado, tortillas de papa y finas cintas de lechuga.
Según el diccionario de Americanismos, la palabra hornado, exclusiva del Ecuador, es una reducción del término horneado y la define como “cerdo asado al horno”.
El Seco de Chivo
En torno a 1910, una familia piurana instaló un comedor en Guayaquil y el plato estrella fue el seco de cabrito, nombre que cambió por el de seco de chivo. Esta variación ecuatoriana se hace con chicha de jora, aunque algunos maceran la carne con cerveza o jugo de naranjilla. Al difundirse el plato y no ser frecuente el chivo en la Sierra, se reemplazó esta carne por la de borrego.
A fuego lento se cocina la carne macerada y escurrida, se añade agua, cebolla paiteña, tomate, condimentos, achiote y hasta un pedazo de panela. En Quito se acompaña con arroz amarillo, papa entera, hoja de lechuga y una tajada de aguacate.
Caldo de Patas
Este suculento potaje utiliza las patas de res y en ocasiones las manos. En los mercados de Quito, se ven alineadas las patas chamuscadas y luego lavadas con ayuda de piedra pómez. Sin cascos, limpias y troceadas van a la olla con abundante agua, cebolla, ajo, sal y orégano.
Avanzada la cocción se añade maní tostado y molido, además de mote pelado. Termina el proceso cuando se observa que los ligamentos se han desprendido del hueso y han comenzado a soltar la gelatina. Se dice que este potaje es un excelente calmante para los estragos de la resaca o chuchaqui, sin embargo, también combate la anemia.
El típico Canelazo
Dos tipos de canelazo son típicos en la región de los Andes: el preparado con agua, canela, azúcar y aguardiente de caña, y otro con los mismos ingredientes, pero adicionando jugo de naranjilla.
Según testimonia Friedrich Hassaurek, ministro de los Estados Unidos en tiempos de García Moreno, su origen pudo ser el agua de azúcar o agua gloriada. Esta bebida se ofrece en fiestas, pero también en las noches de todo el año ya que se sirve caliente y aísla el frio.
Este término alude a la bebida con licor que, en otros tiempos, era frecuente a la hora de recibir visitas. Actualmente se la conoce con el nombre de crema y se usa como bajativo. En Quito, las mistelas más apreciadas fueron de menta, mandarina y durazno.
Según la última edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, esta palabra proviene del italiano mistella, que significa ‘mixto’. Sin embargo, aquí prevalece la primera acepción: “bebida que se hace con aguardiente, agua, azúcar y otros ingredientes, como canela, hierbas aromáticas, etc.”, pero no se menciona que también se prepara con frutas.
Morochito
Según el jesuita italiano Mario Cicala, en su libro la “Historia de la Provincia quiteña de la Compañía”, el morocho se molía en piedra, echándole agua.
La molestosa corteza debió ser apartada dejándose reposar en agua para que flotara y se retirase con un colador. Según Cicala, la polenta que se obtenía, se cocinaba con agua y no era necesario añadirle ningún aderezo ya que el dulce sabor del morocho era suficiente. Pasaron muchos años y a los quiteños golosos les pareció desabrida esta suerte de colada, así que le añadieron leche, canela y azúcar.
Dulces de higos con queso
Los higos llegaron a Quito desde Asia Menor a través de los españoles. Los más populares se comen cocidos en miel de panela o raspadura. Se dice que para que brillen como ónix se debe añadir un poco de mantequilla en la cocción, además, la canela en rama les da un sabor delicioso.
En Ecuador, los higos quedarían incompletos sin el acompañamiento de queso fresco, para disminuir el posible empalago. Este postre se sirve especialmente en Semana Santa y como golosina durante todo el año. Otra variación es el higo enconfitado con azúcar blanca, dulce muy antiguo, practicado en los monasterios de clausura.
El Rosero
En 1767, el rosero ya era un comeibebe muy apreciado por los quiteños, cuyo fundamento era el mote pelado, cocinado hasta casi disolverse. Una vez fría, esta sustancia algo espesa y con la adición de azúcar, canela, y clavo de olor, se dejaba fermentar en una olla de barro durante un día.
Era la acidez la gracia del rosero, el cual antes de servirse, se aderezaba con agua de azahar. Al pasar los años, se ha sofisticado este refresco con agua aromática, frutas picadas, jugo de naranjilla y pedacitos de hojas de naranjo y arrayán.
Hechemos un vistazo a la Carita de Dios...
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